Cada vez son más las evidencias que apuntan a una crisis a nivel mundial nunca vista de la cadena de suministro, derivada de una recuperación de la actividad económica desigual, tras empezar a reactivarse la demanda a medida que la pandemia va cediendo, mientras en otros países siguen luchando con ella y se intenta hacer frente a cada vez más cuellos de botella y a la escasez de trabajadores y medios.
Hablamos de una cadena de suministro que tiende a ser una gran desconocida para el ciudadano medio, que habitualmente funciona razonablemente bien como un enorme mecanismo engrasado, con un flujo constante de productos moviéndose a través de medios de transporte como barcos, aviones, trenes y camiones, y que depende de millones de trabajadores que empaquetan, mueven, cargan y descargan. El problema ahora viene de industrias que en muchos casos han sido especialmente castigadas por la pandemia, en territorios que aún no han logrado alejar el peligro de brotes importantes de la enfermedad, y que están generando importantísimas tensiones en los inventarios de cada vez más productos, aparentemente no relacionados entre sí, más allá de depender de los mismos mecanismos de suministro. Todos los países están afectados en mayor o menor medida, y en muchos de ellos, se están generando auténticas crisis.
Algunos países están, indudablemente, mejor preparados que otros. Mientras la cadena de suministro en los Estados Unidos depende por lo general de multitud de sistemas interconectados entre sí y de compañías que la gestionan de manera independiente, en muchos casos exclusiva para evitar recelos derivados de posibles movimientos de espionaje industrial, en otros países, los puertos se gestionan mediante sistemas completamente integrados más parecidos a una API homogénea que permite coordinar operaciones de forma mucho más eficiente y ventajosa. Pero a estas alturas de crisis, ya casi da igual: el efecto del colapso de determinados nodos se ha extendido a todos los eslabones de la cadena, y afecta ya a todo el mundo.
Barcos esperando en las costas por un lugar para descargar en puertos absolutamente sobrecargados, con infraestructuras portuarias completamente colapsadas y con los precios de los contenedores a más de seis veces su nivel habitual. Las alternativas, como el transporte aéreo o ferroviario, no consiguen aliviar el problema, y en algunos casos, la crisis se convierte en un cuestión de estado que lleva a negociar con los trabajadores de los puertos para incrementar el número de horas trabajadas hasta el límite del 24×7 y lograr deshacer los importantísimos cuellos de botella que se han formado.
La normalización de la cadena de suministro no se espera hasta el año que viene, y muchos analistas creen que la situación todavía empeorará antes de comenzar a mejorar. Una auténtica cascada de atascos y sobrecargas que, como una enorme hilera de fichas de dominó gigante, está llevando a muchas fábricas a cerrar por falta de suministros, a muchos establecimientos a tener sus estanterías vacías, y a muchos negocios al borde de la desesperación. No hay un solo punto de fricción: la crisis se ha desbordado y ha alcanzado a toda la cadena. Ya no se trata de conseguir un contenedor, muchos de los cuales esperan en los puertos a ser vaciados y reenviados, sino de asegurar que, en caso de tener uno, este llegará a su destino y logrará ser descargado, puesto en un remolque y llevado a su destino. Por mucho que estés dispuesto a pagar para obtener una ventaja en un punto de la cadena, nada asegura que los otros condicionantes permitan que las mercancías lleguen al punto al que supuestamente debían llegar, y mucho menos que lo puedan hacer en los plazos establecidos.
Con la situación tal y como está, son muchos los negocios que intentan ya no solo salir del paso como puedan o prepararse para hacer frente a carencias en sus suministros, sino que tratan de rediseñar sus cadenas de suministro en busca de alternativas más autárquicas, más de proximidad, y privilegiando no tanto el coste como la disponibilidad. Algunas optan por suministradores más cercanos o dentro de sus fronteras, otras por la diversificación de fuentes, y otras por incrementar los precios para hacer frente a costes más elevados en los componentes o materiales que necesitan.
Un efecto acordeón derivado de la pandemia, de los cierres de fábricas en medio mundo y del parón de consumo de los meses de confinamientos, que no ha terminado de equilibrarse. O que al contrario, se ha desequilibrado completamente y ha generado efectos red imposibles de prever o de solucionar con facilidad. El resultado puede ir desde una crisis económica a nivel mundial, con inflación y subida de tipos de interés, hasta a replanteamientos radicales en la procedencia de los suministros de muchas compañías con efectos muy difíciles de prever.
Lograr cadenas de suministro más robustas, menos sujetas a crisis puntuales – sea un barco atascado en medio del Canal de Suez o una pandemia – y con mayor capacidad de recuperación se va a convertir en una auténtica obsesión para los directivos de muchísimas compañías, al tiempo que se refuerza cada vez más la necesaria presión para descarbonizar urgentemente muchos de sus elementos logísticos. Si creías que la crisis se acabaría con la pandemia, ve preparándote y armándote de paciencia: vienen tiempos complicados.
Fuente: Enriquedans.com